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Paranoia Page 6


  Era una pulla cuidadosamente planeada: Judith se había bajado de la web unas declaraciones demasiado sinceras que Lundgren había hecho en conferencias industriales, en las cuales confesaba esas cosas. Lundgren criticaba con virulencia los esfuerzos de Trion cuando no llegaban a su objetivo. Mi franqueza era un riesgo calculado de parte de Judith. A partir del estudio del estilo ejecutivo de Lundgren, Judith había concluido que este hombre despreciaba a los aduladores, le gustaba la conversación directa.

  – Correcto -dijo. Me sonrió durante un milisegundo.

  – La cuestión es que contemplamos toda una serie de posibilidades. Qué buscaría realmente una madre que va a ver los partidos de sus hijos, un ejecutivo de una compañía, un capataz de construcción. Hablamos de características, configuración física, todo eso. Las discusiones eran bastante informales. Mi gran aportación fue la elegancia del diseño unida a la simplicidad.

  – Me pregunto si no se habrán escorado demasiado hacia el lado del diseño, sacrificando funcionalidad -dijo Lundgren.

  – ¿Qué quiere decir?

  – Falta de un puerto para flash. Desde mi punto de vista, es la única carencia importante del producto.

  Era un buen lanzamiento. Valía la pena batearlo.

  – Estoy totalmente de acuerdo. -Me había preparado perfectamente con historias acerca de «mis» éxitos y mis falsos fracasos, que manejaba tan bien que parecían batallas victoriosas-. Una metedura de pata. Definitivamente, ésa fue la característica más importante que acabó sacrificada. Estaba en el proyecto general, pero hacía que la configuración física se saliera de nuestras intenciones, así que acabó echada por la borda en mitad del proceso.

  Toma ya.

  – ¿Y se va a hacer algo en la siguiente generación?

  Negué la cabeza.

  – Lo siento, no puedo hablar de ello. No es un capricho jurídico; conmigo, es cuestión de moral. Cuando uno da su palabra, tiene que significar algo. Si para usted es problema…

  Me sonrió con una sonrisa que parecía genuina y apreciativa. Pensé: la he clavado.

  – Ningún problema. Yo eso lo respeto. Alguien que filtrara información propiedad de su última empresa, me haría lo mismo después.

  Noté las palabras «última empresa». Lundgren acababa de firmar; se había delatado.

  Sacó el buscador y lo consultó rápidamente. Había recibido varias llamadas -lo tenía en modo silencioso, con vibrador-, mientras hablábamos.

  – No necesito quitarle más tiempo, Adam. Quiero presentarle a Nora.

  Capítulo 10

  Nora Sommers era rubia, rozaba los cincuenta años, y tenía los ojos muy abiertos y observadores. Tenía el aspecto carnívoro de un animal de manada salvaje. Tal vez me influenciaba su expediente, que la describía como implacable y tiránica. Era directora, líder del equipo del proyecto Maestro, una especie de imitación del Blackberry que estaba a punto de irse al traste. Tenía fama de convocar reuniones a las siete de la mañana. Nadie quería estar en su equipo, razón por la cual les costaba trabajo llenar la vacante con alguien de adentro.

  – No debe de ser muy agradable trabajar para Nick Wyatt -comenzó.

  No era necesario que Judith Bolton me dijera que uno nunca se queja de su anterior jefe.

  – La verdad -dije- es que es muy exigente, pero me hizo sacar lo mejor que había en mí. Es un perfeccionista. No tengo más que admiración por él.

  Asintió con prudencia, sonrió como si yo hubiera escogido la respuesta correcta de una pregunta tipo test.

  – Alimenta la ambición, ¿eh?

  ¿Qué esperaba, que dijera la verdad sobre Nick Wyatt? ¿Que era un zafio y un gilipollas? De ninguna manera. Me extendí un poco más:

  – Trabajar en Wyatt es como ganar diez años de experiencia en un año de trabajo. En lugar de un año de experiencia en diez años de trabajo.

  – Buena respuesta -dijo-. Me gusta que mi gente de marketing trate de convencerme. Es un componente clave en la lista de talentos. Si me pueden convencer a mí, pueden convencer al Journal.

  Houston, tenemos un problema. Ahí yo no iba a entrar: a aquella trampa se le veían los dientes. Así que me limité a mirarla con expresión vacía.

  – Pues bien -continuó-, hemos oído hablar mucho de usted. ¿Cuál fue la batalla más difícil que tuvo que librar en el proyecto Lucid?

  Le di un refrito de la historia que le había contado a Tom Lundgren, pero no pareció muy impresionada.

  – No me parece una batalla -respondió-. A eso, yo lo llamaría concesión.

  – Tendría que haber estado presente -dije. Respuesta pobre. Avancé en mi CD-ROM mental en busca de anécdotas acerca del desarrollo del Lucid-. Hubo también una buena pelea alrededor del diseño del tablero. Era un tablero de cinco direcciones con altavoz incorporado.

  – Lo conozco. ¿Cuál fue la controversia?

  – Bueno, para nuestros DI era un asunto clave, el punto central del producto: llamaba mucho la atención. Pero los ingenieros me lo rechazaban, decían que era casi imposible y demasiado arriesgado. Querían separar el altavoz del tablero multidireccional. Los de DI estaban convencidos de que al separarlos, el diseño se vería atiborrado y asimétrico. Fue un momento de tensión. Tuve que tomar una decisión, dije que se trataba de una de las piedras angulares del producto. El diseño no sólo expresaba algo desde un punto de vista visual, sino que expresaba algo importante a nivel tecnológico: le decía al mercado que nosotros podíamos hacer cosas que nuestros competidores no.

  Ella me diseccionaba con sus ojos abiertos como si yo fuera un pollo lisiado.

  – Ah, los ingenieros -dijo estremeciéndose-. Pueden llegar a ser insoportables. No tienen ningún sentido comercial.

  Sobre los dientes metálicos de la trampa relucía la sangre.

  – La verdad es que nunca he tenido problemas con los ingenieros -dije-. Creo que son el corazón de la empresa, de verdad. Nunca me enfrento a ellos; los animo, o al menos trato de hacerlo. Liderazgo intelectual, ideas compartidas, ésas son las claves. Es una de las cosas que más me gusta de Trion: aquí reinan los ingenieros, que es como debe ser. Es una verdadera cultura de la innovación.

  Sí, lo confieso: no hacía más que repetir como un loro la entrevista que Jock Goddard había dado una vez en Fast Company, pero pensé que funcionaría. Los ingenieros de Trion eran célebres por lo mucho que querían a Goddard, pues él era uno de los suyos. Les parecía un gran lugar de trabajo, ya que buena parte de los recursos de Trion se destinaban a Investigación y Desarrollo.

  Nora se quedó sin habla un instante. Luego dijo:

  – A fin de cuentas, la innovación es definitiva para el éxito.

  Dios mío, yo me creía malo, pero esta mujer usaba los clichés empresariales como segundo idioma. Era como si los hubiera aprendido de un libro de Berlitz.

  – Por supuesto -dije.

  – Y dígame, Adam, ¿cuál es su mayor debilidad?

  Sonreí, asentí, y en silencio murmuré una oración de gracias para Judith Bolton. Punto a favor.

  Casi parecía demasiado fácil.

  Capítulo 11

  Fue Nick Wyatt en persona quien me dio la noticia. Cuando Yvette me condujo a su despacho, lo encontré en una esquina, montado sobre su Precor elíptica. Llevaba una camiseta sin mangas empapada en sudor y shorts deportivos rojos, y se veía corpulento. Me pregunté si usaría esteroides. En la cabeza llevaba el casco inalámbrico de su teléfono y estaba gritando órdenes.

  Había pasado más de una semana desde, las entrevistas en Trion, y no había habido más respuesta que un silencio sepulcral. Sabía que habían ido bien, y no tenía duda de que mis referencias eran espectaculares, pero quién sabe, cualquier cosa podía pasar.

  Imaginé, equivocadamente, que tan pronto como pasaran las entrevistas, la escuela KGB me daría un respiro. No hubo tal suerte. El entrenamiento continuó, incluyendo lo que llamaban «artimañas del oficio», es decir, cómo robar sin ser descubierto, cómo copiar documentos y archivos informáticos, cómo buscar en las bases de datos de Trion, cómo contact
ar a los de Wyatt si surgía algo que no pudiera esperar a una cita programada. Meacham y otro veterano del equipo de seguridad de Wyatt, que había pasado dos décadas en el FBI, me enseñaron a contactarlos por correo electrónico usando un «anonimizador», un servidor con base en Finlandia que suprime el nombre y la dirección verdaderos; cómo codificar mis correos electrónicos con un software superfuerte de 1024 bits desarrollado, al margen de las leyes de Estados Unidos, en alguna parte del exterior. Me enseñaron cosas tradicionales de espionaje, como entregas secretas y señales, cómo hacerles saber que tenía documentos para entregarles. Me enseñaron cómo hacer copias de las tarjetas de acceso que la mayoría de empresas usa hoy en día, las que abren la puerta cuando uno las mueve sobre un sensor. Parte de esto era genial. Comenzaba a sentirme como un verdadero espía. En esa época, por lo menos, todo eso me interesaba mucho. No conocía nada más.

  Pero después de unos días de esperar y seguir esperando a tener noticias de Trion, estaba cagado de miedo. Meacham y Wyatt habían sido muy claros respecto a lo que sucedería si Trion no me contrataba.

  Nick Wyatt ni siquiera me miró.

  – Enhorabuena -dijo-. El cazatalentos me lo acaba de decir. Tiene usted libertad condicional.

  – ¿Me hicieron una oferta?

  – Ciento setenta y cinco mil dólares para comenzar, opción de comprar acciones, el paquete entero. Lo contratarán como colaborador individual a nivel de director pero sin superior directo, calificación diez.

  Me sentí aliviado y sorprendido por la cantidad. Era cerca del triple de lo que ganaba en ese momento. Sumándole mi salario en Wyatt, me quedaban doscientos treinta y cinco mil. Dios mío.

  – Fantástico -dije-. ¿Y ahora qué hacemos, negociar?

  – ¿De qué coño habla? Entrevistaron a otros ocho tíos para el empleo. Quién sabe quién tendrá un candidato favorito, un colega, lo que sea. No asuma riesgos, al menos no todavía. Métase allá, muéstreles de lo que es capaz.

  – De lo que soy…

  – Muéstreles lo increíble que es usted. Ya les abrió el apetito con un par de entremeses. Ahora vaya y vuélvales locos. Si no les puede volver locos después de graduarse en nuestra escuelita-del-encanto, con Judith y conmigo soplándole al oído, es usted un fracasado aún más grande de lo que me había imaginado.

  – Ya.

  Me di cuenta de que mentalmente estaba ensayando una fantasía en la que mandaba a Wyatt a la mierda y me iba para ir a trabajar con Trion, hasta que recordé que no sólo seguía siendo mi jefe, sino que a todos los efectos me tenía cogido por las pelotas.

  Wyatt se bajó de la máquina, empapado en sudor, cogió una toalla blanca del manillar y se la pasó por la cara, los brazos, las axilas. Estaba tan cerca de mí que podía oler el almizcle de su sudor, su aliento amargo.

  – Ahora escúcheme bien -dijo con ese inconfundible tono de amenaza-. Hace unos dieciséis meses, la junta directiva de Trion aprobó un gasto extraordinario de casi quinientos millones de dólares para financiar un trabajito secreto.

  – ¿Un qué?

  – Un proyecto interno y ultrasecreto. La cuestión es que es muy raro que una junta directiva apruebe un gasto tan grande sin tener una buena cantidad de información. En este caso, lo aprobaron a ciegas, solamente a partir de las garantías del presidente ejecutivo. Goddard es el fundador, así que confían en él. Además, les aseguró que la tecnología que estaban desarrollando, sea lo que sea, era un progreso monumental. Es decir, algo inmenso, un cambio de paradigma, un salto cuántico. Revolucionario más allá de lo revolucionario. Les aseguró que se trata de lo más grande que ha sucedido desde la radio de transistores, y que el que no participe en esto se quedará atrás.

  – ¿Y qué es?

  – Si lo supiera, usted no estaría aquí, imbécil. Mis fuentes me aseguran que va a cambiar la industria de las telecomunicaciones, a ponerlo todo patas arriba. Y no tengo intención de quedarme atrás, ¿me sigue?

  No lo seguía, pero asentí.

  – He invertido demasiado en esta empresa para que le suceda lo mismo que a los mastodontes y los pájaros dodó. Así que su misión, amigo mío, es averiguar todo lo que pueda acerca de estos trabajos secretos, qué son, qué están desarrollando. No me importa si están desarrollando unos putos zancos electrónicos, el hecho es que no voy a asumir riesgos. ¿Está claro?

  – ¿Cómo lo hago?

  – Ese es su trabajo.

  Se dio la vuelta y cruzó la vasta extensión de su despacho hacia una salida que yo no había visto nunca. Abrió la puerta, enseñándome un reluciente baño de marfil con una ducha. Me quedé allí, incómodo, sin saber si debía esperarlo, o irme, o qué.

  – Lo llamarán al final de la mañana -dijo Wyatt sin darse la vuelta-. Hágase el sorprendido.

  Segunda Parte. Tácticas de contención

  Tácticas de contención: despliegue de identificaciones falsas emitidas a favor de un agente que deberá soportar investigaciones bastante rigurosas.

  Diccionario del espionaje.

  Capítulo 12

  Había puesto un anuncio en tres diarios locales en busca de un asistente médico para mi padre. El anuncio dejaba claro que cualquiera sería bienvenido, los requisitos no eran exactamente estrictos. Dudaba que aún quedara alguien dispuesto a hacerlo: ya lo había intentado en demasiadas ocasiones.

  Recibí exactamente siete respuestas. Tres de ellas eran de personas que no habían comprendido el anuncio: eran ellas quienes buscaban alguien a quien contratar. Otros dos mensajes tenían acentos extranjeros tan fuertes que no supe si en realidad era inglés lo que intentaban hablar. Y uno era de un hombre de voz agradable que sonaba perfectamente razonable y dijo llamarse Antwoine Leonard.

  No es que tuviera mucho tiempo libre, pero quedé con este Antwoine para tomar un café. No iba a dejar que conociera a mi padre hasta que fuera necesario: quería contratarlo antes de que pudiera ver a qué se estaba enfrentando, para que no pudiera echarse atrás tan fácilmente.

  Antwoine resultó ser un negro inmenso, de aspecto amenazador, con tatuajes de ex convicto y pelo estilo rasta. Lo confirmé: tan pronto como pudo, me dijo que acababa de salir de la cárcel por robo de automóviles, y que ése no era su primer paso por la prisión. Me dio el nombre de su supervisor de libertad condicional. Me gustó el hecho de que fuera tan franco al respecto, de que no intentara ocultarlo. En realidad, el tío me gustó, simplemente. Tenía una voz amable, una sonrisa sorprendentemente dulce y maneras prudentes. De acuerdo, estaba desesperado; pero también pensé que si alguien podía controlar a mi padre, era él, y lo contraté de inmediato.

  – Escucha, Antwoine -le dije cuando me puse de pie para irme-. Acerca de lo de la cárcel…

  – Es un problema, ¿no? -Me miró a los ojos.

  – No, no es eso. Me gusta que seas tan sincero conmigo.

  Se encogió de hombros.

  – Sí, bueno…

  – Es sólo que no creo que debas serlo tanto con mi padre.

  El día antes de empezar en Trion me fui a la cama temprano. Seth me había dejado un mensaje en el que me invitaba a salir con él y algunos amigos, ya que tenía la noche libre, pero me negué.

  La alarma sonó a las cinco y media, y fue como si el reloj no funcionara bien: todavía era de noche. Cuando caí en la cuenta, sentí una inyección de adrenalina, una extraña combinación de terror y excitación. El gran partido iba a comenzar, era la hora de la verdad, el entrenamiento se había acabado. Me di una ducha y me afeité con una cuchilla nueva, despacio, para no cortarme. Había preparado la ropa antes de irme a dormir, había escogido el traje Zegna y la corbata, y había enlustrado a conciencia mis zapatos Cole-Haan. Pensé que el primer día debía presentarme con traje, aunque me sintiera fuera de lugar: siempre podía quitarme la chaqueta y la corbata.

  Era raro: por primera vez en mi vida estaba ganando un salario de seis cifras, aunque aún no hubiera recibido talón alguno, y seguía viviendo en la ratonera. Bien, eso iba a cambiar muy pronto.

  Cuando me subí al Audi A6 plateado, que tenía todavía ese olor a co
che nuevo, me sentí más elegante, y para celebrar mi nueva posición en la vida me detuve en un Starbucks y compré un café con leche triple. Casi cuatro dólares por una maldita taza de café, pero bueno, mi sueldo ahora era de los grandes. Puse Rage Against the Machine a todo volumen en el trayecto hacia el campus de Trion; para cuando llegué, Zack de la Rocha estaba gritando «Bullet in the Head» y yo gritaba con él «No escape from the mass mind rape!», [3] vestido con mi perfecto atuendo empresarial: traje Zegna, zapatos Cole-Haan y corbata. Estaba preparado.

  Me sorprendió que a las siete y media hubiera tantos coches en el parking subterráneo. Aparqué dos plantas más abajo.

  La recepcionista del vestíbulo del ala B no pudo encontrar mi nombre en ninguna de las listas de empleados nuevos: yo era un don nadie. Le pedí que llamara a Stephanie, la asistente de Tom Lundgren, pero Stephanie no había llegado todavía. Finalmente consiguió hablar con alguien de Recursos Humanos, que le dijo que me enviara al tercer piso del ala E, a una buena caminata de distancia.

  Las dos horas siguientes las pasé sentado en la recepción de Recursos Humanos con una carpeta en la mano, llenando un impreso tras otro: W-4, W-9, cuenta de crédito del sindicato, seguro, domiciliación a mi cuenta, opciones sobre acciones, cuentas de jubilación, acuerdos de confidencialidad… Me hicieron una foto y me dieron una tarjeta de identificación y acceso y un par de pequeñas tarjetitas de plástico que se adherían a la tarjeta principal. Decían cosas como Trion: cambia tu mundo y Comunicación abierta y Diversión y austeridad. Era, un poco soviético, pero no me importó.

  Una de las personas de Recursos Humanos me llevó de tour rápido por Trion. Fue muy impresionante: un gimnasio magnífico, cajeros automáticos, un lugar donde dejar ropa sucia con lavado en seco, salones de descanso con refrescos gratis, botellas de agua, palomitas de maíz y máquinas de capuchino.